De una a otra Venezuela
El
reflexivo Arturo Uslar Pietri habla en su ensayo “De una a otra Venezuela”
sobre dos Venezuela completamente distintas. Una es la “Venezuela Fingida”, a
la que describe como la Venezuela en la que vivimos ciegamente, un país donde
los sistemas de servicio público como la educación y sanidad, son totalmente
dependientes del petróleo, el producto no renovable del cual se basa la
economía de este país. El autor resalta también que la “Venezuela Fingida” es
consumista y derrochadora y que se encuentra condenada a muerte, ya que cuando
se acabe el petróleo las necesidades de este país no podrán ser saciadas.
El autor también nos habla de una
“Venezuela Real”, que es aquella donde se encuentran las empresas, industrias y
el campo productivo, que son los generadores de riqueza permanente, es decir,
es aquella Venezuela que no depende de la renta petrolera.
El autor resalta una triste verdad que
llama a la reflexión, y es que la capacidad de producir riquezas de la
“Venezuela Real” se encuentra infinitamente por debajo de las necesidades que
se han creado en la “Venezuela Fingida”. De ahí la gran verdad de la frase “debemos
sembrar el petróleo”, que quiere decir que debemos invertir el petróleo en una
Venezuela productora, en la Venezuela real. Por esta razón Arturo Uslar
Pietri hace un llamado a la conciencia de los gobernantes, políticos y
empresarios, para que cada día dependamos menos del petróleo, para que creemos
una Venezuela fuerte que pueda cubrir las necesidades de los venezolanos sin
siquiera pensar en el petróleo.
DE UNA A OTRA VENEZUELA (Ensayo)
Ante los venezolanos de hoy
está planteada la cuestión petrolera con un dramatismo, una intensidad y una
trascendencia como nunca tuvo ninguna cuestión del pasado. Verdadera y
definitiva cuestión de vida o muerte, de independencia o esclavitud, de ser o
no ser. No se exagera diciendo que la pérdida de la Guerra de Independencia no
hubiera sido tan grave, tan preñada de consecuencias irrectificables, como una
Venezuela irremediablemente y definitivamente derrotada en la crisis petrolera.
La Venezuela por donde está
pasando el aluvión deformador de esta riqueza incontrolada no tiene sino dos
alternativas extremas. Utilizar sabiamente la riqueza petrolera para financiar
su transformación en una nación moderna, próspera y estable en lo político, en
lo económico y en lo social; o quedar, cuando el petróleo pase, como el
abandonado Potosí de los españoles de la conquista, como la Cubagua que fue de
las perlas y donde ya ni las aves marinas paran, como todos los sitios por
donde una riqueza azarienta pasa, sin arraigar, dejándolos más pobres y más
tristes que antes.
A veces me pregunto qué
será de esas ciudades nuevas de lucientes casas y asfaltadas calles que se
están alzando ahora en los arenales de Paraguaná, el día en que el petróleo no
siga fluyendo por los oleoductos. Sin duda quedarán abandonadas, abiertas las puertas
y las ventanas al viento, habitadas por alguno que otro pescador, deshaciéndose
en polvo y regresando a la uniforme desnudez de la tierra. Serán ruinas
rápidas, ruinas sin grandeza, que hablarán de la pequeñez, de la mezquindad, de
la ceguedad de los venezolanos de hoy, a los desesperanzados y hambrientos
venezolanos del mañana.
Y eso que habrá de pasar un
día con los campamentos de Paraguaná o de Pedernales hay mucho riesgo, mucha
trágica posibilidad de que pase con toda esta Venezuela fingida, artificial,
superpuesta, que es lo único que hemos sabido construir con el petróleo. Tan
transitoria es todavía, y tan amenazada está como el artificial campamento
petrolero en el arenal estéril.
Esta noción es la que debe
dirigir y determinar todos los actos de nuestra vida nacional. Todo cuanto
hagamos o dejemos de hacer, todo cuanto intenten gobernantes o gobernados debe
partir de la consideración de esa situación fundamental. Habrá que decirlo a
todas horas, habría que repetirlo en toda ocasión. Todo lo que tenemos es
petróleo, todo lo que disfrutamos no es sino petróleo casi nada de lo que
tenemos hasta ahora puede sobrevivir al petróleo. Lo poco que pueda sobrevivir
al petróleo es la única Venezuela con que podrán contar nuestros hijos.
Eso habría que convertirlo
casi en una especie de ejercicio espiritual como los que los místicos usan para
acercarse a Dios. Así deberíamos nosotros llenar nuestras vidas de la emoción
del destino venezolano. Porque de esa convicción repetida en la escuela, en el
taller, en el arte, en la plaza pública, en junta de negociantes, en el consejo
del gobierno, tendría que salir la incontenible ansia de la acción. De la
acción para construir en le Venezuela real y para la Venezuela real. De
construir la Venezuela que pueda sobrevivir al petróleo.
Porque desgraciadamente hay
una manera de construir en la Venezuela fingida que casi nada ayuda a la
Venezuela real. En la Venezuela fingida están los rascacielos de Carcas. En la
Venezuela real están algunas carreteras, los canales de irrigación, las
terrazas de conservación dde suelos. En la Venezuela fingida están los aviones
internacionales de la Aeropostal. En la Venezuela real los tractores, los
arados, los silos.
Podríamos seguir enumerando
así hasta el infinito. Y hasta podríamos hacer un balance un balance. El
balance nos revelaría el tremendo hecho de que mucho más hemos invertido en la
Venezuela fingida que en la real.
Todo lo que no puede
continuar existiendo sin el petróleo está en la Venezuela fingida. En la que
pudiéramos llamar la Venezuela condenada a muerte petrolera. Todo lo que pueda
seguir viviendo, y acaso con más vigor, cuando el petróleo desaparezca, está en
la Venezuela real.
Si aplicáramos este
criterio a todo cuanto en o público y en lo privado hemos venido haciendo en
los últimos treinta años, hallaríamos que muy pocas cosas no están, siquiera
parcialmente, en el estéril y movedizo territorio de la Venezuela fingida.
Preguntémonos por ejemplo
si podríamos, sin petróleo, mantener siquiera un semestre nuestro actual sistema
educativo. ¿Tendríamos recursos, acaso, para sostener los costosos servicios y
los grandes edificios suntuosos que hemos levantado? ¿Tendríamos para sostener
la ciudad universitaria? ¿Tendríamos para sostener sin restricciones la
gratuidad de la enseñanza desde la escuela primaria hasta la Universidad? Si
nos hiciéramos con sinceridad estas preguntas tendríamos que convenir que la
mayor parte de nuestro actual sistema educacional no podría sobrevivir al
petróleo. Sin asomarnos, por el momento, a la más ardua cuestión, de si ese
costoso y artificial sistema está encaminado a iluminar el camino para que
Venezuela se salve de la crisis petrolera, está orientado hacia la creación de
una nación real, y está concebido para producir los hombres que semejante
empresa requiere.
Parecida cuestión podríamos
plantearnos en relación con las cuestiones sanitarias. Todos esos flamantes
hospitales, todos esos variados y eficientes servicios asistenciales y
curativos, pueden sobrevivir al petróleo? Yo no lo creo.
La tremenda y triste verdad
es que la capacidad actual de producir riquezas de la Venezuela real está
infinitamente por debajo del volumen de necesidades que se ha ido creando la
Venezuela artificial. Esta es escuetamente la terrible realidad, que todos parecemos
empeñados en querer ignorar.
Por eso la cuestión
primordial, la primera y la básica de todas las cuestiones venezolanas, la que
está en la raíz de todas las otras, y la que ha de ser resuelta antes si las
otras han de ser resueltas algún día, es la de ir construyendo una nación a
salvo de la muerte petrolera. Una nación que haya resuelto victoriosamente su
crisis petrolera que es su verdadera crisis nacional.
Hay que construir en la
Venezuela real y par la Venezuela permanente y no en la Venezuela artificial y
par la Venezuela transitoria. Hay que poner en la Venezuela real los
hospitales, las escuelas, los servicios públicos y hasta los rascacielos, cundo
la Venezuela real tenga para rascacielos De lo contrario estaremos agravando el
mal de nuestra dependencia, de nuestro parasitismo, de nuestra artificialidad.
Utilizar el petróleo para hacer cada día más grande y sólida la Venezuela real
y más pequeña, marginal e insignificante la Venezuela artificial.
¿Quién se ocuparía de curar
o educar a un condenado a muerte? ¿No sería una impertinente e inútil
ocupación? Lo primero es asegurar la vida. Después vendrá la ocasión de los
problemas sanitarios, educacionales. ¿De que valen los grandes hospitales y las
grandes escuelas si nadie está seguro de que el día en que se acabe el petróleo
no hayan de quedar tan vacíos, tan muertos, tan ruinosos, como los campamentos
petroleros de Paraguaná o de Pedernales?
Lo primero es asegurar la
vida de Venezuela. Saber que Venezuela, o la mayor parte de ella, ya no está condenada
a morir de muerte petrolera. Hacer todo para ello. Subordinar todo a ello.
Ponernos todos en ello.
Arturo Uslar Pietri.
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